por Betiana Cuadra.
Este año nos propusimos el desafío de que las históricas de domingo estuvieran relacionadas a la temática del mes. Abril fue mes de mujeres en conflictos, por lo que les presentamos a Virginia Bolten, Juana Rouco Buela, Anita Garibaldi y Juana Azurduy. Cada una de ellas tuvo un papel protagónico en su tiempo, todas olvidadas por la pluma de los grandes historiadores y todas están siendo recuperadas recientemente. Elegimos hablar de ellas desde sus experiencias y sus aportes a esa historia que de a poco vamos reconstruyendo desde un lugar más justo.
Virginia Bolten
Libertaria del Río de la Plata.
Hacia 1850, Enrique Bolten ―un estudiante que tenía ideas contrarias al régimen militarista alemán― emigró a Chile. Desde allí cruzó la cordillera y llegó hasta la provincia de San Luis. Consiguió trabajo en una gran estancia que era propiedad de la familia Sánchez. Allí se enamoró de la hija del propietario, Dominga Sánchez. Se casaron y tuvieron cuatro hijos: Dominga, Enrique, Virginia y Manuel. Virginia nació un día después de la navidad de 1876 en San Luis Argentina.
Cuando los hijos fueron adolescentes, el matrimonio decidió separarse. Partieron cada uno de la estancia y dejaron a sus cuatro hijos solos en el campo. Los cuatro hermanos Bolten se quedaron un tiempo en San Luis, y luego decidieron emigrar. Manuel y Dominga se mudaron directamente a Rosario, mientras que Enrique y Virginia se volvieron más bohemios y recorrieron más lugares. Virginia se terminó radicando en la zona norte de la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe), en el barrio obrero que se había levantado en las cercanías de la Refinería Argentina de Azúcar, una gran planta industrial que se inauguró en 1889 y que dio origen al actual barrio Refinería. Consiguió trabajo en la empresa azucarera Refinería Argentina. Contrajo matrimonio con un anarquista uruguayo de apellido Márquez (o Manrique), activista en el gremio de los zapateros.
Militante autodidacta.
A inicios del siglo XX buena parte de los habitantes del barrio Refinería eran obreros, inmigrantes. Fue allí donde Virginia se formó como obrera anarquista. No pasó mucho tiempo para que Virginia se opusiera a la patronal por las injusticias a las que sometían a los empleados. Trabajaban de sol a sol y ella empezó a arengar a todos para revertir esa situación. Era muy difícil hablar de sindicatos y de defensa de derechos. El que protestaba por algo era considerado anarquista e inmediatamente se lo apresaba.
La formación de Virginia fue netamente empírica: daba discursos en las puertas de las fábricas y movilizaba a sus compañeras obreras. Fue así que más temprano que tarde se convirtió en una referente del anarquismo y el feminismo. Fundó junto a varias compañeras “La voz de la mujer” primer periódico anarcofeminista argentino que popularizó el lema: “Ni Dios, ni patrón ni marido”. En 1890 encabezó la marcha para conmemorar el Primero de Mayo Día del Trabajador, en conmemoración de los Mártires de Chicago. Luego de pronunciar un discurso revolucionario y difundir propaganda anarquista entre los trabajadores presentes, fue detenida bajo el cargo de atentar contra el orden social. Fue la primera mujer oradora en una concentración obrera.
Fue arrestada, y como se hizo pasar por uruguaya, se le aplicó la Ley de Residencia y fue expulsada al Uruguay. En Montevideo organizó protestas por la brutal represión del 1 de mayo de 1909 en Buenos Aires, donde las fuerzas policiales asesinaron cerca de una decena de obreros. En 1911 trabajó en la Asociación Femenina Emancipación, organizó a las mujeres anticlericales, a las operadoras telefónicas (en su mayoría mujeres) y activó contra las sufragistas femeninas. En 1923, Integró el Centro Internacional de Estudios Sociales (una asociación libertaria de Montevideo) Volvió a la Argentina en 1950, ya anciana, se entrevistó con Eva Duarte dando su apoyo al proyecto de otorgar el sufragio femenino a las mujeres.
Fue una de las grandes defensoras de los derechos civiles de las trabajadoras argentinas y una de las oradoras más potentes que tuvo el Río de la Plata. Virginia murió en 1960 en Uruguay.
Juana Rouco Buela
¿Feminista Anarquista?
Juana nació en Madrid en 1889 aunque sus padres eran gallegos. Su madre era costurera y siendo Juana bebé su papá falleció. Huyendo de la pobreza su familia se unió a la ola migratoria de europeos hacia América. Juana y su familia recalaron en Argentina en 1900 y pronto comenzaron a frecuentar el ambiente anarquista de la ciudad.
Ya en 1905 Juana participó por primera vez de un congreso anarquista. Lo hizo como delegada de un grupo de trabajadoras de una refinería. Más tarde comenzó a impulsar iniciativas para impulsar a las mujeres libertarias. A inicios de 1907 ayudaba a María Collazo a organizar el primer centro femenino anarquista de Argentina del que participaron entre otras Virginia Bolten.
También en 1907 estalló la huelga de inquilinos en repudio al alza de los precios de los alquileres. En este conflicto las mujeres tuvieron un papel protagónico y Juana fue una de las organizadoras. Casi 1000 edificios de viviendas populares fueron a la huelga solo en Buenos Aires. Los choques con la policía dejaron heridos y muertos. En el entierro de un trabajador Juana tomó la palabra y llamó a radicalizar la lucha. A raíz de esto el gobierno de la ciudad le aplicó la Ley de Residencia deportándola a España con 18 años. Allí también fue perseguida por la policía, así que escapó a Francia e Italia para luego volver a Sudamérica, esta vez se instaló en Montevideo.
En 1910 se cumplía el centenario de la independencia de Argentina por lo que los obreros se volcaron a las calles nuevamente. Los enfrentamientos con la policía en esa oportunidad revistieron una masacre, en especial para el movimiento anarquista: miles fueron encarcelados, otros tantos deportados. La ola de represión hacia los anarquistas acechó el Río de la Plata. Juana fue apresada en Uruguay y a sus 21 años tuvo que cumplir una condena de 10 meses en la cárcel de mujeres.
Juana volvió a Argentina en 1917 y se encontró con una sociedad revolucionada por el aumento de la presencia femenina en el ámbito laboral. Se cuestionaba fuertemente que las mujeres desoyeran su “destino natural” lo que provocaba cuestionamientos morales y filosóficos de todo tipo. En el ámbito obrero se sentaban las bases para el movimiento feninista obrero compuesto principalmente por anarquistas y socialistas.
En 1919 en Buenos Aires, la famosa huelga general de 1 semana que llamaron la “Semana Trágica” marcó al movimiento obrero una vez más. Juana fundó la Federación Obrera de la Aguja que agrupaba a costureras, sastres y cortadoras de camisas e inició una gira por el interior del país. En ella conoció a grupos de militantes con los que intercambiaron ideas sobre la necesidad de fundar un medio de comunicación específico del sector. Nació así “Nuestra tribuna: una hojita del sentir anárquico femenino”, quincenario que contó con colaboraciones de varios países. En el se trataban temas como la maternidad, el trabajo, la prostitución y las condiciones laborales en las fábricas.
¿Feminista y anarquista?
Por aquellos años no era fácil que una mujer obrera se declarara feminista. Ser feminista llevaba consigo incorporar algunos valores burgueses que se contravenían con la clase obrera. Sin embargo, en el anarquismo convivieron ideas contradictorias sobre la cuestión de la mujer (así se le llamaba en esos días).
La idea de Proudhon (filósofo, político y revolucionario anarquista francés) sobre la inferioridad física, intelectual y moral de las mujeres se contraponía con la necesidad de luchar por la emancipación de todas las mujeres para cambiar la sociedad que expresaba Bakunin (teórico político, filósofo, sociólogo y revolucionario anarquista ruso).
En Argentina mientras tanto, encontramos el primer periódico anarquista de mujeres “La voz de la mujer” creado en 1896 y tenía como lema “Ni Dios, ni patrón ni marido”. El amor libre era un tema recurrente en sus páginas. Varios años después Juana y sus compañeras retomaban aquellas ideas revolucionarias para la época. El matrimonio para las anarquistas era un arreglo económico esclavizador y tiránico para las mujeres. Las libertarias como Juana impugnaban cualquier injerencia del Estado en las relaciones personales. Las redactoras de “Nuestra tribuna” también discutían sobre la actitud de muchos anarquistas con sus compañeras: tenían una doble moral ya que decían una cosa en las reuniones con sus compañeros y al volver al hogar hacían otra muy distinta. Muchos anarquistas preferían que sus compañeras se quedaran en casa para ocuparse de los hijos y los quehaceres antes de salir a ser parte de las luchas sociales.
Sostener una publicación sobre la cuestión de la mujer en Argentina en los años 20 era un desafío ya que iba contracorriente del status quo. Las manifestaciones contrarias a “Nuestra Tribuna” nacieron del propio seno del movimiento anarquista acusando a las editoras de “feministas anti hombres”, decían que sus acciones provocaban una grieta en la clase obrera. Juana estaba en el ojo de la polémica nuevamente, pero esta vez en las propias filas del movimiento del que formaba parte. En cada nueva edición del quincenario las editoras se empeñaban en afirmar que no se consideraban feministas (una idea que asociaban con las tendencias feministas liberales o socialistas) a la vez que defendían el órgano de prensa propio del sector que habían creado ya que lo consideraban fundamental para expresar el sentir de las mujeres del movimiento.
“Nuestra tribuna” se sostuvo sólo durante dos años. A las trabas políticas y financieras se sumaron las dificultades personales de Juana que se separó de su esposo y tuvo que comenzar a criar sola a sus dos hijos. Su militancia decreció en los años siguientes aunque mantuvo la escritura de artículos. Para fines de los años 30 el movimiento anarquista argentino se encontraba muy lejos del esplendor vivido en los años 20.
Paralelamente en España las mujeres libertarias se desarrollaban a gran escala. En 1936 se fundó “Mujeres Libres” que llegó a tener 20.000 afiliadas. Con el objetivo de liberar a las mujeres de la triple esclavitud: “esclavitud de ignorancia, esclavitud de mujer y esclavitud de productora”. Este movimiento mantuvo una intensa actividad durante la Guerra Civil Española hasta que la dictadura de Franco impuso su cierre.
Ese mismo año Juana escribió su autobiografía relacionando sus anécdotas con los acontecimientos más importantes de su tiempo. Juana murió el 31 de octubre de 1969 en Buenos Aires cuando a nivel mundial se comenzaba a gestar una nueva ola revolucionaria.
Anita Garibaldi
Heroína nacional
Hace dos años se cumplió el bicentenario de su nacimiento. Fue la esposa de Giuseppe Garibaldi. A priori podríamos decir que fue “la gran mujer detrás del gran hombre” pero desde Leyendo Mujeres queremos rescatar su historia.
Anita Garibaldi nació en 1821 en Laguna, municipio en el sureño estado de Santa Catarina – Brasil, en una familia de inmigrantes de las islas Azores. Su padre fue Bento Ribeiro da Silva y Maria Antonia de Jesús Antunes su madre. Existen muy pocos datos sobre los primeros años de su vida, hasta su casamiento en el año 1842, con el político y militar italiano. Ignorada por los libros de historia, su protagonismo fue de gran invisibilidad, hasta mediados del siglo XX, cuando un Garibaldi derrotado, al final de su vida decide escribir sus memorias “retrata a esa mujer que fue tan importante en su vida y elogió su figura en un espacio destinado a la figura masculina” Garibaldi se convierte así en el primer constructor de su mito, la madre, la esposa devota, la mártir, definiciones que reprodujeron las memorias de Garibaldi.
La heroína participó al lado de su primer marido Manuel Duarte en la llamada Guerra de los Farrapos, que enfrentó a las entonces fuerzas imperiales de Brasil con los independentistas que habían proclamado una República en el sur del país. Laguna, lugar donde vivía Anita, estaba en poder de los republicanos, y su marido enrolado por los imperiales, había huido con el resto de las tropas. Ana, cuyas simpatías estaban del lado de los alzados contra Pedro II, se sentía, pues, libre por partida doble.
Conoció en 1837 a Garibaldi, que entonces reforzaba a los combatientes republicanos en el sur de Brasil, y se unió al italiano en su lucha por ideales democráticos en Italia. Decidieron fugarse juntos y pasaron su luna de miel en el Itaparica, la nave insignia de los insurgentes. La vida de la heroína gaucha se caracterizó por no huir a los combates. Su debut en batalla ocurrió el 15 de noviembre durante la célebre batalla naval de Laguna.
Primer batalla
Todo comenzó cuando desde el Itaparica se avistó a la Andorinha, una nave imperial de mayor envergadura y mejor pertrechada. Garibaldi calculó la fiereza del combate que se avecina y le ordenó a Anita que desembarque, pero ella decide ocultarse. Cuando la situación se tornó tensa, salta a cargar y alcanzar las armas a los hombres, no dudó en incitar a la marinería garibaldina llegando a convertirse en una guerrera republicana.
La tropa garibaldina se alza con la victoria, que fue, sin embargo, infortunada, porque perdieron dos de los tres barcos. El coraje desplegado por la criolla cimentó el respeto y admiración entre los insurgentes, en las filas enemigas, y ensanchó el amor que le profesa el italiano, para quien a partir de ese momento Anita sería no solo su amor sino su heroica compañera. Obligados a unirse al ejército de tierra y a evadirse en medio de las selvas y la sierra, Anita luchó codo a codo con su hombre en las batallas de Santa Victoria, Natal y Curitabanos.
Prisión y fuga
En un combate particularmente cruel Anita cae del caballo, derribado por el enemigo, y es hecha prisionera. Separada de Giuseppe, teme lo peor, y, gracias a su bien ganada fama, consigue que el comandante imperial Melo Albuquerque le permita buscar el cadáver de aquel, en una verdadera alfombra de sangre y muertos. No lo encuentra y la alegría de comprobar que debía encontrarse entonces entre los vivos la embargó. Sin pensarlo mucho roba un caballo y huye a través del Río Candas.
Logró evadir los miles de peligros de la selva del Mato hasta dar finalmente con las tropas de Garibaldi. Habían transcurrido ocho días. Su heroicidad se torna mayúscula, pues entonces ya estaba embarazada de su primer hijo. Pocos días después de parir debe fugarse otra vez a lomo de caballo, de noche, semi-desnuda, con el recién nacido apretado contra su pecho, y sin Garibaldi. Atrás quedan las tropas del imperial Pedro de Abreu, cuyo ataque no consigue apresar a la pareja. En 1841 parten hacia Montevideo, Uruguay. Confirmada la muerte del Duarte, el marido de Anita, la pareja contrae matrimonio el 26 de marzo de 1842 en la iglesia montevideana de San Francisco de Asís. Llegan a tener 4 hijos, Menotti, Rosita , Teresita y Riciotti.
Viaje a Italia
En el año 1848 Anita y Garibaldi deciden regresar a Italia, viajando primero Anita y sus 3 hijos. La brasileña Anita fue mandada como embajadora a Italia por Garibaldi, en donde fue aclamada, para preparar el terreno ante la vuelta de Garibaldi, el cual vino con mil camisas rojas para luchar en la primera guerra de la independencia italiana contra Austria. Allí la heroína exhibió nuevamente su coraje. Luciendo su camisa roja, un sombrero gaucho, sable, pistola y un embarazo de cinco meses, estaría de nuevo entre las tropas combatiendo a los franceses a las puertas de Roma.
Garibaldi fue derrotado dos veces, a la tercera se vieron obligados a huir y refugiarse en la pequeña república de San Marino. Perseguidos a tiro limpio por los austriacos en cuanto abandonan los muros de San Marino, emprenden una dura travesía por los pantanos del norte de Ravenna. La fiebre consume a Anita, y deciden hacer un alto en una playa, cerca ya de la ciudad. Un médico la auxilia en el trance difícil, pero su suerte está echada.
Fallece a las siete de la noche del 4 de agosto de 1849, en Mandriole víctima de fiebre tifoidea con apenas 28 años.
Como heroína nacional, Anita Garibaldi aparecerá en el libro en el que ya figuran los nombres del emperador Pedro I, que declaró la Independencia de Brasil, y de los mariscales Deodoro de Fonseca, que proclamó la República y fue el primer presidente del país, y Luis Alves de Lima e Silva, duque de Caxias, que lideró las fuerzas brasileñas en la Guerra del Paraguay.
También figuran en el libro Joaquim José da Silva Xavier ‘Tiradentes’, líder de una fallida revuelta contra los colonizadores portugueses, Zumbi dos Palmares, que encabezó una rebelión de esclavos, y Sepé Tiaraju, un líder guaraní que combatió a los ejércitos de España y Portugal.
Juana Azurduy
Revolucionaria.
Esta es la historia de la mujer que dejó todo por la revolución independentista, perdiendo a su familia y combatiendo contra el imperio español en los últimos años del Virreinato del Río de la Plata.
Juana Azurduy nació el 12 de julio de 1780 en Chuquisaca (actual ciudad de Sucre), una población al norte de Potosí perteneciente al Virreinato del Río de la Plata (actualmente Bolivia). Un año antes del inicio de la revuelta protagonizada por Tupac Amarú II que conmovió a toda la región y fue brutalmente reprimida por las autoridades españolas.
Hija de Eulalia Bermúdez, una “chola” o mestiza proveniente de Chuquisaca, y de Mate ías Azurduy, un hacendado de raza blanca de buena posición económica y tierras en la región. Juana aprendió el oficio de las tareas de campo para acompañar a su padre, así entró en contacto con los pobladores originarios, aprendió su idioma quichua y el aymara. Quedó huérfana siendo joven y debió completar su crianza entre sus tíos y conventos.
En 1799 Juana se casó con Miguel Asencio Padilla, que era hijo de unos vecinos de hacienda y amigo de sus padres. Fruto del matrimonio nacieron cinco hijos. Padilla intentó hacer carrera en la burocracia colonial, pero le resultaba muy difícil por su condición de americano. La vida de Azurduy y Padilla cambió para siempre en mayo de 1810. En 1809, luego de que estallara la revolución independentista de Chuquisaca, un 25 de mayo, tanto Juana como su esposo se unieron a los ejércitos populares y ayudaron a destituir al gobernador y a formar una junta de gobierno que duraría hasta 1810, cuando las tropas realistas vencieron a los revolucionarios. A partir de ese entonces, a través de una organización conocida como «Los Leales», el matrimonio combatió contra imperio español destacándose especialmente Juana por su valentía y su capacidad de mando. Esto le valió el nombramiento de teniente coronel, en el verano de 1816, y la entrega simbólica de un sable por las tropas enviadas desde Buenos Aires con objetivo de liberar el Alto Perú.
Ese mismo año, ya embarazada de su quinto hijo, Juana sufrió una herida en la batalla de la Laguna, y al intentar rescatarla, Miguel Asencio Padilla (su esposo) murió en combate. Su cuerpo fue colgado por los realistas. Luego de dar a luz Juana se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Güemes, que operaba en el norte del Alto Perú defendiendo en seis ocasiones las invasiones realistas.
Muerte y reivindicación
Años después, tras caer el último reducto realista del exvirreinato del Río de la Plata en el Alto Perú, el 1 de abril de 1825, Simón Bolívar la ascendió a coronel y le otorgó una pensión que recibió durante cinco años. Luego de la proclamación de la independencia de Bolivia, la Coronela intentó recuperar sus tierras pero no lo logró. Murió en la miseria el 25 de mayo de 1862, a los 81 años en la provincia argentina de Jujuy. Fue enterrada en una fosa común.
Cien años más tarde, sus restos fueron exhumados y trasladados a un mausoleo construido en en la ciudad de Sucre, Bolivia, y en 2009 fue ascendida a Generala del Ejército argentino y mariscal de la República Boliviana.
Mujer comprometida con la Revolución y la guerra contra los realistas en la región del Alto Perú, la figura de Juana Azurduy es interesante por muchas razones. No sólo porque ella representó la lucha armada de la población indígena y mestiza alto-peruana agobiada por siglos de expoliación colonial, sino también porque fue una mujer que se involucró en la causa independentista y tomó las armas contra los realistas en una sociedad que vedaba el acceso de las mujeres a la vida política. En el corazón de Juana latían los ecos de las rebeliones andinas, que sacudieron al Virreinato del Perú a fines del siglo XVIII.
Esperamos que hayas disfrutado de la lectura y que incorpores a la historia a estas mujeres revolucionarias.